lunes, 7 de noviembre de 2011

COSAS QUE PASAN EN EL METRO

Un chicle. Un vagón de metro. Una bolsa llena de bricks de vino baratillo. Y en medio de todo eso, yo. No, no es lo que parece. No era Fran yendo de botellón el sábado por la noche. Yo no hago botellón con vino baratillo, ¡por quién me tomáis! Era domingo por la tarde y yo había quedado para tomar un café en Príncipe Pío. Cogí el metro. Y todos los lectores de este blog saben que el metro es una fuente de aventuras, un lugar en el que se dan situaciones rarísimas, sobre todo si estoy yo dentro, -ya, yo tampoco entiendo por qué-. 

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Pues ahí estoy yo, domingo a las 18:30 h., en Tribunal, en el andén de la línea 10 esperando el tren en dirección Príncipe Pío. No llevo puesto el iPod. Mal hecho. Siempre llevo puesto el iPod aunque no esté escuchando música. Es una técnica que me permite hacerme el longuis en situaciones incómodas y espiar conversaciones interesantes sin que nadie sospeche. Bueno, pues esa tarde no llevaba puesto el iPod. Iba leyendo El País Semanal y debe ser que con eso ya me creí inmune a todo. Pues no.

Llega el tren y me subo. Como estoy acostumbrado a la terrible línea 1, ya ni me molesto en buscar sitio para sentarme porque sé que no va a haber o que alguna señora con abrigo de piel -que aún no es anciana- me va a mirar mal para que me levante. Así que eso, yo ya tengo interiorizado que en el metro no me tengo que sentar salvo excepciones. Lo que peor llevo es no tener una esquinita dentro del vagón en la que apoyarme, cuando todo está lleno de gente colocados tipo tetris a su libre albedrío. Entonces ya no me queda otra que imitar a mi héroe favorito, Spiderman, y agarrarme donde pueda en posturas imposibles. 

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Pues así estoy, rollo Spiderman en el vagón, agarrado la barra que hay a mitad de vagón leyendo el EPS. A mi lado un señor con pinta de guiri, muy rojo de cara y cuyo aliento huele a alcohol. Lo miro de reojo sin darle mayor importancia como personaje. Un poco antes de llegar a mi destino me acerco a la puerta. Él se acerca también. De repente me dice algo. No le entiendo. Habla en voz baja, con acento british y la lengua trabada por el alcohol. Me señala con un chicle en la mano, como queriendo dármelo. Le digo que no, gracias, que no quiero. Me insiste y le vuelvo a decir que no con toda la simpatía que me caracteriza -momento autopromo Fran-. Miro y veo que con su mano derecha agarra una bolsa de la de los chinos llena de tetrabicks de vino tinto tipo Don Simón. En la mano izquierda, el chicle, con el que me apunta y me vuelve a insistir al tiempo que murmura algo con dificultad. Por fin le entiendo. Me está pidiendo que le abra el chicle. 

-Ahhh, que te lo abra ¡claro!-. Sujeto mi revista bajo el brazo y retiro parte del plástico que envuelve el chicle que, por cierto, está muy pegado. Se lo devuelvo así y el señor guiri alcoholizado lo coge muy agradecido y se lo echa a la boca después de retirar el resto del envoltorio. Todo esto sin soltar la bolsa llena de bricks de vino barato. Quizá porque era su tesoro y no quería apoyarla en el suelo. O tal vez por miedo a perder el equilibro y caer. No lo sé, pero creo que me hizo ilusión ayudar a ese hombre con su chicle. Cosas que pasan en el metro.


4 comentarios:

  1. Jajajajaja, lo que no te pase a ti... Me encanta la frase de "Una bolsa llena de bricks de vino baratillo", jajajaja!

    Joselillo

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  2. En vez de "Frank de la jungla" te llamaremos "Fran en el metro" ¡Queremos tu propio programa ya!

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  3. Jajaja pues oye, no sería mala idea. Me pongo una cámara-casco y a triunfar.

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  4. Joselillo, es que eran bricks de vino baratillos, así tal cual. Del que usas para los botellones con Vero, no disimules xD

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